El pájaro Pinzón

Para los que peinamos canas y nacimos en los sesenta, el pajarito Pinzón era algo más que un pájaro común y mucho más que la información que podemos encontrar hoy en la Wikipedia. Y es que, en esos tiempos pleistocénicos donde escuchar la radio mientras hacías los deberes al volver de la escuela era una sana costumbre familiar, una empresa comercial de juguetes tuvo una idea genial.

Se trataba de que un supuesto pajarito, Pinzón, era capaz de ver y oír todo lo que aquellos niños y niñas hacíamos, en todas y cada una de nuestras horas escolares y familiares. Algo así como un mini-gran hermano que les chivateaba a los padres y abuelos todo lo que nuestras ingenuas vidas infantiles pudieran tener de delincuentes, o sea: nada.

No terminarse la comida del plato, desobedecer una orden de cualquier familiar cercano o maldecir cabreado cuando algo te salía torcido eran los estímulos necesarios para que cualquiera de tu parientes te espetara aquello de: “se lo diré a Pinzón; te ha visto hacerlo. Pinzón o el temido: adiós a la bici para Reyes que me lo ha dicho Pinzón….”. 

La maquinaria de tortura quedaba redonda cuando, a las ocho de la noche y mientras mi madre preparaba la cena, oíamos por la radio la sintonía del programa donde se pasaba lista de los delitos infantiles y que el pajarito de marras había visto u oído. Lo peor era que el cabrón decía los nombres y apellidos para que no hubiese ninguna duda y el oprobio fuera mayúsculo.

Siempre había suerte y nunca estaba mi nombre entre los de los incautos a los que Pinzón señalaba como ejecutores de delitos variopintos: rebelde, desordenado, vago en el cole, olvidadizo, peleas con hermanos menores, ……un código penal infantil endiablado e inexorable.

Una noche, mientras escuchaba la radio como tantas otras, el pajarito no fue tan benevolente y cuando, casi había acabado de recoger mis instrumentos escolares y finalizadas ya mis tediosas tareas y deberes, oí decir mi nombre al final de la lista. Algo como un relámpago recorrió mi espalda, mientras mi madre me miraba de reojo y batía los huevos de la tortilla.

-¿Mamá, ha dicho mi nombre, no?- dije con la voz quebrada.

- Creo que sí, ya sabes, el pajarito Pinzón lo ve todo- dijo mi madre "maldisimulando" una sonrisa.

Mi amada bicicleta roja peligraba, oteaba el carbón en la noche de Reyes y unas gotitas amargas me empezaron a resbalar por las mejillas. A eso de las dos de la mañana, sin poder dormir, el sentimiento de culpa y un odio feroz a aquel pajarraco hicieron que me conjurara a muerte, en una guerra sin cuartel, contra todo lo que se moviese, volara y tuviese la desfachatez de espiarme.

Días después, algunos gorriones apagaron mi ira, en cuando se pusieron a tiro y en la diana de mi tirachinas artesano, elaborado para la ocasión. Igual alguno era Pinzón, no lo puedo asegurar.

“A mí no me vigila ningún pájaro, Pinzón capullo, aprende la lección” -escribí en un pequeño cuaderno que llevaba, a modo de diario, en ese tiempo.

Manuel Vergara