El pájaro cantor. Emperadores del aula

Una vez leí una bonita historia que, como todas las leyendas, no hace falta que sea verdad,  solo que sea hermosa. Dicen que existió una vez un rey mongol llamado Aurangzeb que había destronado a su  anciano padre tomándolo a la vez como prisionero en su propio palacio. Pero el padre de Aurangzeb no se sentía preocupado. Aunque había sido destronado y era  prisionero de su hijo, continuaba viviendo cómodamente en el palacio rodeado de todos los  lujos. Tan sólo le faltaba una cosa: se aburría mucho, pues tenía demasiado tiempo libre y sus  días pasaban sin ocupación alguna.  

Se dirigió entonces a su hijo diciéndole: "Vale, estoy de acuerdo en que me estás dando todos  los placeres posibles, pero te voy a pedir sólo una cosa más y te estaré agradecido para  siempre: mándame a treinta niños, pues me gustaría enseñarles". Cosa curiosa. "Por qué querrá mi padre enseñar a treinta niños – se preguntó Aurangzeb - si él  nunca ha mostrado inclinaciones para ser profesor ni le han interesado las cuestiones  educativas. ¿Qué es lo que le habrá ocurrido?". Para saciar su curiosidad Aurangzeb le envió, ni corto ni perezoso, los treinta niños.  Su sorpresa comenzó al observar que su anciano padre volvía a ser el de siempre.  Y es que el anciano había vuelto a sentirse de nuevo emperador mandando ahora sobre treinta niños. 

La autoridad del maestro está en cuestión en estos días y se empiezan a oír, repetidamente,  argumentos de los nostálgicos de la tarima y el respeto debido que los profesores han perdido.  Muchos matices en esta cuestión. El maestro no es una autoridad por el mero hecho de serlo, hay que ganársela. Si no conectas  con los intereses de tus alumnos, no dominas las mínimas técnicas para poder hacer  entendible tu materia a todos los alumnos, teniendo en cuenta sus dificultades, o te limitas a  dar la clase como tú crees que hay que darla, por libre y con tu propio criterio, no eres  merecedor del beneficio de la autoridad del alumnado. Dar clase ha sido y seguirá siendo un arte, un placentero discurso, tanto para el que enseña  como para el que aprende, sin especificar demasiado quien manda y quien enseña a quien.  Querer volver a ser un emperador de alumnos te convierte su amo, pero no en su guía y, así, estamos legitimando que haya rebeldes que cuestionen, que quemen los neumáticos de la  atención en clase y que las revienten con la indisciplina. 

Intentar ser emperador educativo en el aula amparándose en normas, currículos, reglamentos de orden, sanciones o la salvaguarda de la propia inexperiencia profesional es un craso error  que pagamos unos y que cobran siempre otros. 

Manuel Vergara