¿Está la corrupción en todas partes?”

La corrupción no es solo cosa de películas ni de políticos con maletines escondiéndose en garajes. Es algo mucho más serio, más cotidiano y, por desgracia, más extendido de lo que nos gustaría reconocer. Cuando decimos que “la corrupción está en todos los sitios”, no es por exagerar. Es porque hay demasiados casos —y demasiado silencio— en instituciones que, en teoría, deberían dar ejemplo.

  • Hablamos de partidos políticos que prometen limpiar la casa y luego acaban llenos de escándalos.
  • De jueces que no siempre aplican la justicia igual para todos.
  • De policías y guardias que deberían protegernos, pero a veces protegen a los que mandan o se aprovechan de su poder.
  • De grandes empresas que hacen trampas para pagar menos impuestos o conseguir contratos.
  • De medios de comunicación que callan lo que saben porque tienen intereses con los mismos de siempre.
  • De una Iglesia que ha escondido abusos y ha bendecido a corruptos sin pestañear.
  • Y sí, también de una Casa Real que ha tenido episodios más propios de una serie de ficción que de una institución respetable.

¿Eso significa que todo el mundo es corrupto?
No.
Pero sí que hay corrupción en todos esos lugares. Porque el problema no es solo de personas concretas, sino de un sistema que muchas veces lo permite, lo tapa o mira para otro lado. Y tú, que tienes 16 años, podrías pensar: “¿Y a mí qué? Yo no tengo poder ni mando nada”. Pero justo por eso es importante que lo entiendas. Porque quien no ve la corrupción, la acaba normalizando. 

Y cuando se normaliza, se repite.
Y si no se denuncia, sigue creciendo.

Lo contrario de la corrupción no es solo la ley.
Es la honestidad.
Es no copiar en un examen, no hacer trampas en un juego, no aprovecharse de otro solo porque puedes.

Parece poca cosa, pero todo empieza ahí.
Porque si un día tú estás al otro lado —en una empresa, en un cargo, en cualquier responsabilidad— tendrás que decidir si haces lo mismo que otros o si eliges hacerlo bien.

La corrupción se cuela donde hay poder sin control.
Pero también donde la gente baja la cabeza y dice “bueno, es lo que hay”.

Que no se te olvide: no todo el mundo es corrupto, pero la corrupción se mete donde la dejan entrar.
Y tú puedes decidir si la dejas… o la sacas.