Pirene y el origen de los Pirineos

Cuenta la leyenda que Pirene era la más hermosa hija del dios Tubal, dueño entonces de estas tierras. Había sido nombrada cuidadora de las aguas y vivía entre la inmensidad de los bosques, donde paseaba y disfrutaba de la naturaleza. 

Cuando Hércules se dirigía a efectuar uno de sus doce trabajos, atravesó uno de los bosques. En el encuentro, los dos se enamoraron y se amaron en la noche tibia. Sin embargo, Hércules pronto olvidó sus promesas de amor y decidió continuar su camino, abandonando a Pirene.  Los rumores de la belleza de la hija de Tubal también habían llegado hasta Gerion, un mounstro de tres cabezas que vivía en Eriteia. Gerion fue al encuentro de Pirene e intentó tomarla, pero ante su rechazo, decidió quemar el bosque que ardió entre las llamas.

La noticia llegó a oídos de Hércules, que volvió sobre sus pasos para ayudar a Pirene. Pero cuando llegó ya era demasiado tarde. Solo encontró un cuerpo sin vida. Pirene había muerto en el incendio.  Destrozado y arrepentido por la pérdida, Hércules decidió enterrarla entre unas enormes y hermosas piedras, dando lugar a la cordillera que llevaría su nombre, los Pirineos. 

Las últimas llamas del inmenso incendio que mató a Pirene se apagaron y las nieves lo cubrieron todo. Pero con su deshielo, la vida empezó a volver al bosque. Poco a poco, emergieron verdes prados y crecieron hermosas flores. Los ríos recuperaron su energía y los ibones se llenaron. Los animales y el equilibrio de la naturaleza regresaron.

Las personas también empezaron a construir pueblos y poblar los valles. Y al mismo tiempo, llegaron los gigantes, atraídos por la belleza de estas montañas. Sin embargo, eran seres temidos y despreciados por los dioses. Así que vivían escondidos. Uno de los gigantes se llamaba Netú. Tenía fama de ser malvado y su carácter era terrible. Aunque vivía perdido en las montañas junto a sus ovejas, nadie osaba cruzarse en su camino. Pobre del que lo hiciera. 

Cuenta la leyenda que un día, un mendigo apareció en el Valle de Benasque. Era muy trabajador y en seguida se ganó el afecto de la gente del lugar. Contaba historias a pequeños y mayores e hizo grandes amistades. Sin embargo, pasados unos meses, decidió continuar su camino. Las gentes del valle le advirtieron sobre Netú, pero el mendigo siguió su marcha y se adentró en el valle. Tras varios días de viaje, el agua y la comida se agotaron. Y a lo lejos, observó un rebaño. Confiado, se acercó.  De repente, apareció el gigante Netú, pues eran sus ovejas. En vez de huir, el mendigo, amable y humilde, se decidió a pedirle ayuda. Pero el gigante, fiel a su mal genio y avaricia, se la negó. No quiso darle agua ni comida. «Suerte que te dejo marchar vivo», le dijo.  El mendigo, sorprendido por tanta codicia, le contestó con calma: «tu corazón es duro como la roca, ojalá todo tú se convierta en piedra».

En ese mismo instante, Netú observó como su cuerpo se petrificaba. En pocos segundos quedó convertido en una gran roca. Y lo que hoy conocemos como la cima del Aneto es en realidad, Netú convertido en piedra.