El cántaro mágico

¡Hola! Soy el Sol. Todos los días amanezco muy temprano por oriente y me acuesto a dormir por occidente. Me gusta recorrer el mundo repartiendo mis rayos de sol, conocer personas y lugares diferentes cada día. En mis viajes diarios, año tras año, desde lo alto del cielo he podido conocer historias de niños y niñas como tú y me gustaría compartirlas contigo. Hoy te voy a contar la historia de una niña llamada Aurelia. ¿Te apetece? Pues sigue leyendo... 

El Cántaro mágico

En un valle de Guatemala, dominado por la sierra de los Cuchumatanes, había un pequeño pueblecito donde vivía Aurelia junto con sus padres y sus tres hermanos pequeños. Todas las mañanas Aurelia se levantaba temprano, se vestía con el huipil típico de su comunidad, cogía un cántaro y se iba a por agua con el resto de las mujeres y niñas, mientras sus hermanos iban a la escuela.

En su pueblo, las encargadas de ir a por agua eran las mujeres y las niñas. La fuente de agua estaba situada en la montaña, a tres horas de camino; así que invertía toda la mañana en recoger para ella y su familia el agua necesaria para beber, cocinar, limpiar y asearse. Por eso, Aurelia no podía ir a la escuela; y eso le entristecía. A ella de mayor le gustaría ser maestra y enseñar a niños y niñas a leer y escribir. Pero ir a por agua era más importante que todo eso, ya que es imprescindible para vivir.

Un día, volvía Aurelia de la fuente cargada con un cántaro lleno en la cabeza, se tropezó y se le cayó el cántaro de agua y se rompió.

—¡No! –exclamó Aurelia–. ¡Se ha roto el cántaro! Aurelia se puso a llorar porque ese día su familia no iba a tener agua. 

Tendrían que beber agua del río para calmar la sed, pero beber del río les daba dolor de tripa, se ponían malos y en el pueblo de Aurelia no había médico. El transporte al puesto de salud más cercano tardaba varias horas en llegar, dependiendo de cómo estuviera la carretera, y el médico costaba mucho dinero; dinero que la familia de Aurelia no tenía. Su madre no podría hacerles la comida, así que pasarían hambre. No podrían asearse, por lo que estarían sucios.

—¿Qué voy a hacer ahora? –exclamó desolada. 

Aurelia comenzó a caminar abatida, sin parar de llorar, de vuelta a casa. Las lágrimas le nublaban la vista y, de repente, entre lágrimas vio un cántaro en mitad del camino. Se frotó los ojos incrédula:

—¡Ah! ¡Un cántaro! ¿Lo habrá perdido alguien? Miró a un lado y al otro del camino. No había nadie. 

Lo cogió con mucho cuidado y lo observó con gran perplejidad y detenimiento. Miró en su interior. No había agua; sólo una inscripción que Aurelia, como no sabía leer, no pudo descifrar.

—¿Qué significará? –se preguntó. 

Entonces se puso en marcha hacia la fuente; estaba tan contenta que llegó enseguida, llenó el cántaro y fue a casa rápidamente, porque su madre estaría preocupada. Cuando llegó, entregó el cántaro a su madre, empezaron a utilizar el agua que Aurelia había traído y no le contó nada del percance que había sufrido.

Al final del día, Aurelia y su familia se dieron cuenta de que sucedía algo extraño: el cántaro que había traído Aurelia seguía lleno. Habían bebido, habían utilizado el agua para cocinar y para asearse y el cántaro seguía lleno. No le quisieron dar mucha importancia; pensaron que igual habían utilizado menos agua que de costumbre. A Aurelia este hecho extraño le alegró mucho, porque al día siguiente, como no tenía que ir a por agua, pudo ir con sus hermanos al colegio. 

Su primer día en el colegio le encantó, porque aprendió muchas cosas nuevas y compartió risas y juegos con otros niños. Pero su felicidad no era plena, porque echaba en falta a las otras niñas de su pueblo con las que iba a por agua.

—Ahora estarán volviendo al pueblo presurosas con sus cántaros llenos de agua. Ojalá pudieran ellas también venir a la escuela. 

Cuando volvió a casa, Aurelia les contó a sus padres muy contenta todo lo que había aprendido en la escuela.

—Me alegra que te guste la escuela –le dijo su madre–. Mañana también podrás ir.

—¿Ah, sí? –exclamó Aurelia mientras daba un salto de alegría.

—Mira, Aurelia –le dijo su madre mientras señalaba el cántaro de agua que Aurelia se había encontrado. Aurelia miró y asombrada vio que el cántaro continuaba lleno.

—¡Sigue lleno! —Sí –le dijo su madre–. Tu padre y yo estamos asombrados . 

Entonces Aurelia tuvo una idea.

—Mamita, podríamos compartir el agua del cántaro con el resto de las familias del pueblo para que las niñas no tengan que ir a por agua y así puedan ir, como yo, al colegio.

—Me parece una idea estupenda –respondió su madre. 

Y así fue como Aurelia, gracias al cántaro mágico, cumplió su sueño de poder ir al colegio y ser maestra y enseñar a otros niños y niñas todo lo que había aprendido. Además, ninguna niña del pueblo tuvo que ir a por agua hasta la lejana fuente nunca más. Ninguna familia volvió a enfermar por beber agua del río. Siempre había agua para cocinar, asearse y limpiar. Todo el pueblo agradeció a Aurelia que trajese el cántaro mágico al pueblo, porque les había traído la felicidad.

El cántaro mágico siguió dando felicidad al pueblo de Aurelia durante años. Y un día, cuando Aurelia era ya una anciana feliz rodeada de sus hijos y nietos, fue a coger un vaso de agua del cántaro mágico y, entre los reflejos del agua, pudo ver que al fondo había algo. ¡Era la inscripción que no pudo leer el día que encontró el cántaro mágico! Así que lo sacó a la luz del sol para poder leer claramente la inscripción y leyó:

—“Lléname de tus deseos”.

Entonces Aurelia se emocionó y, entre lágrimas de alegría, se dio cuenta de que el cántaro siempre iba a estar lleno, porque su deseo no era ser maestra sino que nunca faltase el agua en su pueblo. para que las niñas también pudiesen ir a la escuela.