Adolf Hitler, nacido en 1889 en Braunau am Inn, en las fronteras del Imperio austrohúngaro, representa una de las figuras más trágicas y destructivas de la historia contemporánea. Su juventud estuvo marcada por el fracaso personal: fracasó como pintor en Viena, sobrevivió como vagabundo, y alimentó en aquel ambiente una visión del mundo profundamente racista y antisistema.
La Primera Guerra Mundial le ofreció una causa a la que aferrarse: Alemania, su derrota y la humillación del Tratado de Versalles. En 1913 había huido a Múnich para evitar el servicio militar austriaco, pero terminó combatiendo en las filas del ejército alemán. La guerra, que fue para él una experiencia formativa, selló su destino político.
A la caída del Imperio alemán, en un país humillado, empobrecido y polarizado, Hitler encontró el escenario perfecto para su ascenso. Ingresó en un pequeño partido ultraderechista, que pronto transformaría en el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP). Este partido no era solo antisocialista o antiliberal: encarnaba el odio al sistema parlamentario, el antisemitismo, el nacionalismo agresivo y la reacción contra la modernidad democrática. Hitler, como otros líderes de extrema derecha, interpretó la crisis del Estado liberal como una oportunidad histórica.
El fallido golpe de Estado de 1923, el conocido Putsch de Múnich, le llevó a prisión, pero también le dio notoriedad. En la cárcel escribió Mein Kampf, donde plasmó sus obsesiones: la necesidad de espacio vital para Alemania (Lebensraum), el antisemitismo racial y la destrucción del comunismo. Desde 1925, reconstruyó el partido en torno a una organización jerárquica, con figuras como Goering, Himmler y Goebbels que serían esenciales en su maquinaria de poder.
La Gran Depresión de 1929 fue su gran aliada. Mientras la República de Weimar se descomponía, Hitler ofrecía respuestas simples y emocionales, revestidas de símbolos, desfiles y uniformes. La violencia en las calles se convirtió en una extensión de su política. En 1933, tras ganar el poder, desmanteló rápidamente el frágil sistema constitucional, estableciendo una dictadura de partido único: el Tercer Reich.
Con la muerte de Hindenburg en 1934, Hitler concentró todo el poder en sus manos como Führer. Su régimen desplegó un sistema totalitario basado en el terror policial, la persecución racial sistemática —que tuvo su codificación en las Leyes de Núremberg de 1935— y la violencia masiva, ejemplificada en la Noche de los cristales rotos de 1938.
La política exterior de Hitler siguió el camino de la agresión: alianzas con Italia y Japón en el Eje Berlín-Roma-Tokio y la preparación de una guerra expansiva en nombre del pangermanismo. La invasión de Polonia en 1939 desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Durante los primeros años, la estrategia de la guerra relámpago (blitzkrieg) otorgó a Alemania victorias rápidas y espectaculares. Pero a partir de 1943, con la derrota en Stalingrado y el desembarco aliado en Normandía, el curso de la guerra se invirtió.
En abril de 1945, con Berlín asediado por las tropas soviéticas y el proyecto de dominación total derrumbado, Hitler se suicidó en el búnker de la Cancillería. El precio de su ascenso y su caída fue el sufrimiento inconmensurable de Europa, el Holocausto y una guerra que dejó más de cincuenta millones de muertos.
Adolf Hitler se suicida el 30 de abril de 1945, junto con su esposa Eva Braun. Un día antes, dictó su testamento a su secretaria. En él, reconoce la lucha del pueblo nazi alemán y afirma que los judíos son los culpables de la guerra. Elige la muerte, antes de caer en manos del enemigo. En el resto de su testamento Hitler nombra a su sucesor.
Al momento de suicidarse, Hitler lleva ya escondido, ya más de tres meses, en el bunker del Führer «Führerbunker» en el centro de Berlín. En este escondite subterráneo, él y la gente que lo rodea, pueden escuchar cómo el ejército de la Unión Soviética se acerca cada vez más. En los últimos días, nadie puede asomarse a la calle, debido a la lluvia de proyectiles. Está cada vez más claro que Alemania perderá la guerra finalmente. Después de sus muertes, los oficiales del escuadrón especial nazi SS, llevan a Hitler y a su esposa a la parte exterior del búnker. En ese lugar, rocían sus sus cuerpos con gasolina y son quemados. Al día siguiente, la radio anuncia la noticia de la muerte de Hitler. Existen especulaciones que Hitler falleció en una acción heroíca, defendiendo la capital del imperio nazi alemán.
La historia de Hitler es la advertencia extrema sobre lo que puede suceder cuando el odio, el fanatismo y el desprecio por la democracia se convierten en motores de un proyecto político.