Los fusilamientos del 2 de mayo

Me llamo Miguel y soy un joven español que vive en la ciudad de Madrid. La situación de mi país es desesperada. Nuestro rey y su ministro nos han vendido a Napoleón y el ejército francés ha invadido nuestra tierra. Nuestros líderes nos han abandonado a nuestra suerte. Somos pocos, pero decididos a luchar por nuestra tierra y nuestra libertad.

Hoy, hemos sido convocados para enfrentarnos a un gran ejército, que ha sido enviados por los franceses para aplastar nuestra resistencia. Somos apenas un puñado de hombres, pero hemos jurado defender nuestra tierra y a nuestra gente, hasta las últimas consecuencias.

En la distancia, se puede escuchar el galope de los caballos de los mamelucos, que avanzan hacia nosotros como una marea. Contra ellos, nos preparamos para lo peor. Con nuestras armas rudimentarias, avanzamos con la valentía de los que luchan por una causa justa. El enemigo se aproxima y los corazones de los valientes madrileños laten con fuerza. La emoción es palpable en el aire y la tensión es insoportable. En un instante, todo se desata y se desata la batalla.

Los franceses son más rápidos y más fuertes que nosotros, pero estamos decididos a resistir hasta el final. Luchamos con una fuerza y coraje increíbles, pero las bajas son innumerables. Nuestros compañeros caen a nuestro alrededor, pero no nos rendimos. En un momento de furia, yo y un grupo de compañeros valientes, nos abrimos paso hacia la línea enemiga. Cargamos contra los franceses, sintiendo la furia de la batalla corriendo por nuestras venas.

El combate es sangriento y feroz, pero luchamos con la determinación de aquellos que no tienen nada que perder. Los mamelucos son un ejército de mercenarios, van a caballo, tienen mejores armas y están preparados. Tenemos el apoyo de unos cuantos soldados que han desobedecido la orden de sus superiores de estar acuartelados. Pero no es suficiente, esto va a ser una masacre. Los soldados del cuartel de Monteleón, comandados por Daoiz, Velarde y Ruíz han desobedecido la orden y están luchando codo con codo con nosotros. El resto de los 3500 soldados de Madrid están acuartelados, escondidos en sus cuarteles a ver qué pasa. Nos han abandonado… La Iglesia dice de nosotros que solo somos una chusma del bajo pueblo. Los intelectuales son todos afrancesados, están a favor del invasor. Solo quedamos los “pringados” ¿Quién me mandaría a mí meterme en esto?

Nos lanzamos a la lucha con coraje y determinación, pero pronto nos dimos cuenta de que habíamos sido engañados. Las tropas francesas eran mucho más numerosas de lo que pensábamos y estaban mejor equipadas. Nos superaban en número y en armamento. A pesar de todo, luchamos con todas nuestras fuerzas, sabiendo que la libertad de nuestro país estaba en juego. Luchamos con valor y valentía, pero finalmente hemos sido  derrotados. He sido hecho prisionero, lo que no sé si es bueno o malo.

Ahora, estoy en una celda, esperando mi destino. Me han condenado a muerte y sé que voy a morir al amanecer, justo cuando el sol comience a iluminar Madrid. Pido que no se me olvide, que mi nombre y mi sacrificio sean recordados por todos los madrileños que luchan por la libertad. Sé que mi muerte no será en vano, que inspirará a otros a continuar luchando por la independencia de nuestra tierra. Aunque estoy triste por dejar este mundo tan joven, estoy orgulloso de haber luchado por una causa justa. Espero que mi sacrificio contribuya a que algún día, España sea un país libre y soberano.

Es el fin. Nos han llevado a la montaña de Príncipe Pío. Estoy en medio de una multitud de españoles, todos ellos aterrorizados y sin esperanza. Hemos sido engañados y manipulados para luchar contra los franceses, sin saber que nuestras armas eran insuficientes contra su ejército superior. Nuestros líderes nos han abandonado y nos han dejado a merced de los invasores.

Estoy a punto de ser ejecutado. Me han llevado a una pared, junto a otros españoles, y he sido informado de que seré fusilado al amanecer. Los soldados franceses se mueven nerviosos a mi alrededor, preparándose para el momento de la ejecución. Siento un miedo indescriptible en mi interior. Sé que mi vida está a punto de acabar y que nunca más volveré a ver a mi familia ni a mis amigos. Pido a Dios que me dé la fuerza necesaria para afrontar mi destino con valentía.

A pesar de mi miedo, también siento una gran tristeza por mi país y por mi gente. Sé que mi muerte no cambiará nada y que los franceses seguirán gobernando sobre nosotros, pero al menos he luchado por lo que creo. Pido que no se me olvide y que mi sacrificio sirva para inspirar a otros a luchar por la libertad de España.