En 1868 nace Nicolás II, el último zar de Rusia

El último emperador de la dinastía Romanov era un hombre que no había nacido para reinar. Su carácter tímido y su fe inquebrantable en su propio derecho divino al trono lo hicieron sordo al clamor de un país que necesitaba cambios profundos, precipitando el fin de la Rusia imperial.

El último zar quiso ignorar el tiempo que le había tocado vivir y encarnar el modelo del gobernante autocrático, un rol para el que además no estaba preparado. Su inflexibilidad ante los cambios se unió a su falta de experiencia y su carácter inseguro, un cóctel que se convirtió en su perdición y arrastró consigo a todo un imperio. Nicolás accedió de forma prematura al trono a los 26 años tras la inesperada muerte de su padre, el zar Alejandro III, a causa de una enfermedad. Debido a su juventud apenas se había formado como gobernante. Esta inseguridad fue su perdición, ya que era incapaz de oponerse públicamente a sus ministros al considerar que ellos tenían más experiencia. Esto le llevó a menudo a dejar los asuntos en manos de otros y a ser fácilmente manipulable por gobernantes extranjeros.

Un hombre en particular tuvo una influencia fatal en los asuntos de gobierno: Grigori Rasputín, un místico en quien su esposa confiaba ciegamente. La zarina Alejandra lo consideraba un enviado de Dios y no dudaba en transmitir sus consejos a su esposo. La creciente influencia de Rasputín sobre la pareja imperial suscitó el odio de los nobles y los ministros, que finalmente lo asesinaron el 30 de diciembre de 1916.

EL FIN DE LA RUSIA ZARISTA

El zar no percibió en el asesinato del “monje loco” -como así llamaban a Rasputín- el aviso inminente de su propio fin. El gran descontento entre los parlamentarios hacia él y su esposa, unido a las derrotas militares de Rusia, desembocaron en la Revolución de Febrero de 1917. Nicolás II, inamovible en la creencia de su derecho innato a reinar, había obviado la gravedad de la crisis hasta el último momento. En un principio pensó que podía salvar la dinastía abdicando a favor de su hijo Alekséi, pero la magnitud del descontento hacia su familia y la débil salud del heredero lo impidieron. El 2 de marzo renunció a sus derechos y a los de la dinastía, poniendo fin a tres siglos de historia de los Romanov.

EL ASESINATO DE LOS ROMANOV

En octubre de ese mismo año los bolcheviques tomaron el poder y el gobierno provisional huyó al extranjero, con lo que los Romanov perdieron su único salvavidas. León Trotski quería trasladarlos a Moscú para someterlos a un juicio público, pero otros sectores más radicales no se conformarían con eso. Se organizó un nuevo traslado, esta vez a Ekaterinburgo, a la espera de poder enviarlos con seguridad a Moscú. Pero el estallido de la guerra civil en Rusia hizo temer la liberación del zar y con ella una contrarrevolución a gran escala contra el gobierno bolchevique, por lo que el 16 de julio de 1918 las autoridades comunistas tomaron una decisión definitiva: ejecutar a los Romanov de inmediato.

Esa misma madrugada, el oficial Yakov Yurovsky despertó al zar Nicolás, su esposa Alejandra, el zarévich Alekséi y las cuatro hijas: Olga, Tatiana, María y Anastasia. Los llevó al sótano de la casa donde estaban retenidos, les informó de la orden de ejecución y enseguida dio la orden de abrir fuego. En pocos minutos, toda la familia fue asesinada a disparos y golpes de bayoneta, tras lo cual sus cuerpos fueron llevados al bosque y quemados.

El hecho de que los cadáveres hubieran sido eliminados en secreto dio lugar, durante las décadas siguientes, a varias teorías conspiratorias según las cuales algunos de los hijos habrían sobrevivido. En 1979 los cuerpos fueron descubiertos por Alexander Avdonin, un arqueólogo aficionado; pero seguía faltando uno: el de una de las hijas, probablemente la más joven, Anastasia. A causa de ello, a lo largo de los años aparecieron diversas mujeres que afirmaban ser la última superviviente de los Romanov. Solo en 2007 se identificaron los restos de esta última y se cerró finalmente la historia de una dinastía legendaria.