Todos los santos en Aragón

La festividad de Todos Los Santos se viene celebrando, desde tiempos inmemoriales, en Aragón. Aunque los últimos años nos hemos visto influenciados por Halloween y sus disfraces, el recuerdo de los muertos es una tradición muy extendida por la zona.

Nuestros antepasados ya celebraban este día con algunas tradiciones como, el juntarse las familias para velar a los difuntos; se iluminaban calabazas con velas para guiar a las almas en su camino. Pensaban que no debían salir a la calle por la noche, para no encontrarse con las almas que habían salido del purgatorio. También comían postres como huesos de santo o buñuelos de crema.

Los tiempos cambian y ahora lo que se ha ido imponiendo en los últimos años es que, el día 31 de octubre, al anochecer, salgan los niños a la calle, disfrazados de personajes terroríficos, pidiendo dulces por las casas diciendo la famosa frase “Truco o Trato”.

La localidad oscense de Radiquero lleva años reivindicando la costumbre de vaciar calabazas y esculpirlas con caras burlonas que luego son iluminadas con velas en el interior del vegetal. Quieren hacer saber a todo el mundo que es una tradición mantenida durante la llamada Noche de las Ánimas, con orígenes que se pierden en el tiempo. Y para ello no dudan en utilizar el expresivo lema “Esto no es Halloween”. 

En Trasmoz, en la comarca de Tarazona y bajo la sombra del Moncayo, también se ha mantenido en el tiempo la tradición de las calabazas iluminadas. Allí se va en procesión con ellas hasta el cementerio, mientras se cantan unos peculiares “Gozos para las ánimas benditas”.

Las velas siempre han estado presentes en las casas durante la noche de los difuntos. Muchos las encienden en casa por todas las almas perdidas en la familia. Y se colocan cerca de unas ventanas a las que, en muchos lugares, las personas no quieren acercarse. El temor responde a la posible presencia en el exterior de la casa de almas perdidas, que les pueden arrastrar a su oscuridad. Nuevamente el objetivo de una acción propia de la noche de las ánimas no es otro que el de alejar a los muertos de los vivos.

Pero no todos se quedaban en casa. Para asegurarse de alejar a las ánimas de los vecinos, en poblaciones como la zaragozana Moyuela un grupo de jóvenes se quedaban despiertos en la torre de la iglesia. Tocaban la campana de forma continua y con un ritmo determinado durante toda la noche, convencidos de que el sonido ahuyentaba a los espíritus. Para no dormirse se llevaban una gran cazuela de migas y se pegaban la noche contando cuentos de miedo, las llamadas “retolicas de los muertos”. Una costumbre ésta, la de contarse historias autóctonas de miedo, extendida también por numerosos lugares en Aragón.

Y es que los cementerios, o cualquier lugar en el que hayan sido enterrados restos humanos como dólmenes o sarcófagos, siempre han sido generadores de leyendas. En la Noche de las Ánimas es también posible, dicen las tradiciones populares, ver sobre algunas tumbas los fuegos fatuos o, como se conocen en algunas comarcas, los fuegos de “los follets” o de duendes. Se cree que estas llamas son las manifestaciones de almas malignas o de espíritus que vagan entre el cielo y el infierno.

Aunque parece que todas las costumbres aragonesas de la Noche de las Ánimas se orientan hacia evitar el contacto, la propia celebración de la fecha es símbolo de una necesidad que siempre ha existido desde el principio de los tiempos: establecer algún tipo de relación con ese otro mundo paralelo. De hecho, existe en Aragón una forma muy especial de contactar con las almas. Nuestra “ouija” particular es un plato lleno de judías sin cocer. Si se deja en una habitación durante la Noche de las Ánimas, el espíritu del difunto con el que se quiere contactar separará del plato tantas judías como misas necesite para salvarse. Un ejemplo más de cómo Aragón siempre ha tenido sus propias costumbres para celebrar esta noche.