Aquel 30 de octubre de 1938, víspera de Halloween, la radio se sacudió el estigma de ser "el hermano tonto de la prensa". Un joven prodigio llamado Orson Welles, con apenas 23 años, aprovechó su espacio semanal en la CBS para adaptarla novela La guerra de los mundos de H. G. Wells, recreando en la audiencia la inusitada escena de una invasión alienígena. A las ocho de la tarde, los neoyorquinos desprevenidos y los despistados comenzaron a escuchar una historia que, poco a poco, fue sumergiéndolos en la pesadilla de una Tierra bajo ataque.
La histeria fue, en realidad, menos masiva de lo que la leyenda cuenta. No, no fueron millones de estadounidenses los que salieron despavoridos a las calles, ni los policías colapsaron de llamadas en pánico. El desconcierto se limitó a una audiencia más bien reducida, pero el impacto mediático creció al día siguiente, cuando los periódicos comenzaron a narrar la transmisión como si hubiese sido un evento nacional de histeria colectiva.
Aquel formato de "boletín informativo" fue la verdadera astucia de Welles, junto al guionista Howard Koch, quien tiempo después escribiría Casablanca. La emisión empezaba con una rutina de boletines de noticias que simulaban el tono sobrio y formal de un informativo serio: supuestos testimonios de testigos, explosiones en Marte y hasta el choque de un "meteorito" en Nueva Jersey. Era el tipo de reportaje radiofónico que los oyentes identificaban como un suceso real.
A lo largo de cincuenta minutos, Welles tejió su farsa como quien se coloca una sábana y grita “¡Buu!” desde un arbusto. Sí, algunas personas abandonaron sus casas buscando confirmación de lo que oían y otros recurrieron a la policía; pero Welles, al cierre de la transmisión, aclaró que todo era una simple representación de Halloween. Sin embargo, el impacto fue inmediato. De la noche a la mañana, el nombre de Orson Welles empezó a sonar en Hollywood.
La llegada de Welles al cine le otorgó una libertad artística insólita para el joven director. Los estudios RKO le dieron carta blanca y él respondió creando obras tan emblemáticas como Ciudadano Kane (1941), en la que redefinió el lenguaje cinematográfico con innovaciones en el enfoque, la iluminación y la narrativa. Welles aportó una profundidad visual y narrativa tan influyente como única, y aunque su relación con la industria fue turbulenta —con problemas de financiación y la caída de sus proyectos—, su legado permanece intacto.
Esa noche, hace más de 80 años, el susto radiofónico pasó al registro cultural como uno de los grandes momentos de la historia de la comunicación. La radio dejó de ser solo un entretenimiento para convertirse en una fuerza capaz de transportar a sus oyentes a cualquier rincón de la fantasía o del terror. Lo que para algunos fue una farsa fue, en realidad, la oportunidad de ver hasta dónde puede llegar un medio. La radio, desde aquella noche, dejó de ser solo un altavoz y comenzó a narrar sus propias historias con una voz poderosa.