Hoy, 16 de octubre, celebramos el Día Mundial de la Alimentación. Un día para reflexionar sobre un derecho tan fundamental como el aire que respiramos y el agua que bebemos: el derecho a la alimentación. Y es curioso, ¿verdad? Los agricultores del mundo producen alimentos suficientes para alimentar a todos, ¡a todos! Y aun así, más de 730 millones de personas siguen enfrentándose al hambre. No por la falta de comida, sino por una serie de crisis que parecen empeñarse en empujar a los más vulnerables al abismo. Conflictos armados, crisis climáticas repetidas, recesiones económicas... todo parece conspirar contra los más desfavorecidos.
No nos engañemos, el problema no es la falta de alimentos, sino cómo los distribuimos. La desigualdad, tanto entre los países como dentro de ellos, está dejando en evidencia una falla en nuestro sistema global. Y los más afectados son, paradójicamente, aquellos que trabajan la tierra. Esos hogares agrícolas que deberían ser los primeros en beneficiarse de lo que producen, son a menudo los que más sufren las consecuencias de un sistema roto.
Hablemos de la alimentación, no solo como una necesidad, sino como un derecho. Porque cuando hablamos de alimentos, hablamos de diversidad, de nutrición, de asequibilidad, de acceso y, sobre todo, de seguridad alimentaria. ¿Sabíais que 2.800 millones de personas en el mundo no pueden permitirse una dieta saludable? Es una cifra que debería hacernos estremecer. La dieta, esa palabra que a veces asociamos con las modas, es la causa principal de todas las formas de malnutrición. Y aquí no hablamos solo de desnutrición, hablamos también de obesidad, de carencia de micronutrientes, problemas que afectan a todas las clases sociales en todos los rincones del planeta.
Y lo que más duele es que el hambre y la malnutrición se agravan cada vez más por las crisis prolongadas, por esos desastres que parecen perpetuarse. El cambio climático, por ejemplo, no solo está afectando a los cultivos, sino también a nuestras vidas y, lo que es peor, a nuestro futuro. Sí, futuro, esa palabra que a veces parece tan distante pero que, en realidad, está a la vuelta de la esquina.
Nos enfrentamos a una paradoja. Los sistemas agroalimentarios no solo son vulnerables a las crisis, sino que además contribuyen a ellas. Generan contaminación, degradan el suelo, el agua, el aire. Y si no hacemos algo, si no cambiamos de rumbo, no solo será el hambre lo que debamos enfrentar, sino un planeta incapaz de sostenernos.
Pero no todo está perdido. ¡Claro que no! Hoy, en este Día Mundial de la Alimentación, podemos recordar que también tenemos poder. Todos nosotros, como consumidores, tenemos un papel que jugar. Desde elegir alimentos más saludables, hasta reducir el desperdicio y exigir a nuestros gobiernos políticas más justas y equitativas.
Así que la pregunta que os dejo es esta: ¿Qué podemos hacer nosotros, cada uno desde su pequeña parcela de influencia, para garantizar que el derecho a la alimentación sea una realidad para todos? Porque solo cuando lo logremos, cuando todos, absolutamente todos, puedan comer dignamente, podremos empezar a hablar de otros derechos humanos.