El hombre pájaro (Robe)


Carlos se despertó, pero sin ganas. La noche anterior había sido un caos de insomnio y pensamientos oscuros. Se levantó pesadamente y se dirigió al baño, con la esperanza de que el agua fría lo despertara un poco. Al mirarse en el espejo, su corazón dio un vuelco: no estaba allí su reflejo. Pasó la mano por el cristal una y otra vez, esperando que la imagen borrosa se aclarara, pero nada. Era como si hubiera desaparecido.
Sintió una sensación de vacío, como si algo le faltara. Se miró las manos, sus brazos, su cuerpo, pero nada parecía fuera de lo normal. Sin embargo, se sentía ligero, casi volátil, como si una brisa pudiera llevárselo. Intentó ignorar la sensación y fue a la cocina. Abrió el refrigerador, pero la idea de comer le resultó repulsiva. "Ya comeré mañana", pensó mientras se miraba en la ventana, viendo un reflejo apenas perceptible.
El día pasó en una neblina. Todo parecía difuso, como si el mundo estuviera envuelto en una niebla espesa. Carlos se sentía desvanecer más con cada minuto. La única idea clara en su mente era la necesidad de la presencia de alguien, de su amiga Clara. "Necesito que vengas, que vengas y me agarres", murmuró para sí mismo mientras intentaba concentrarse en el trabajo, sin éxito.
Esa noche, Carlos le envió un mensaje a Clara: "Necesito verte, urgente. Ven a mi casa." Esperó, pero no hubo respuesta. La ansiedad creció dentro de él, una bola de nervios en su estómago. Sentía que si Clara no venía pronto, desaparecería por completo.
Los días siguientes fueron una repetición de lo mismo. Carlos no comía, no dormía bien y cada vez se sentía más liviano, más desconectado de su propio cuerpo. Una noche, decidió caminar por el parque cercano, buscando algo que lo anclara a la realidad. Las sombras de los árboles parecían moverse y susurrar, casi burlándose de su situación. Sentado en un banco, abrazó sus propias rodillas y se dejó llevar por el llanto.
  • "Clara", susurró al viento. "Ven, por favor."
Finalmente, una noche, cuando Carlos ya se había resignado a su desaparición total, escuchó un golpe en la puerta. Era Clara, con una expresión de preocupación en su rostro. Carlos apenas podía mantenerse en pie, pero corrió hacia él, abrazándolo con todas sus fuerzas. "¿Qué te pasa, Carlos?", preguntó Clara, sosteniéndolo con fuerza.
  • "He estado desapareciendo", respondió Carlos entre sollozos. "Necesitaba verte, sentir que estoy aquí."
Clara lo llevó al sofá y se sentaron. Hablaron durante horas, y poco a poco, Carlos comenzó a sentir el peso de su propio cuerpo de nuevo. La presencia de su amiga lo anclaba a la realidad, le devolvía la densidad que había perdido. Con cada palabra, cada risa compartida, sentía que regresaba a sí mismo.
Al amanecer, Carlos se levantó y se miró en el espejo. Su reflejo estaba allí, claro y definido. Se sintió más fuerte, más sólido. Clara, todavía medio dormida en el sofá, sonrió al verlo. "Te ves mejor", dijo.
  • Carlos asintió, sintiendo una gratitud profunda. "Gracias por venir, Clara. Me has salvado."
  • Clara se encogió de hombros. "Para eso están los amigos."
Carlos sonrió y, por primera vez en días, se sintió con ganas de comer. Preparó el desayuno y compartieron una comida que sabía a esperanza y renacimiento. Sabía que, mientras tuviera a Clara a su lado, nunca volvería a desaparecer.