Si hay una palabra que define la política española, es la incoherencia. Y si hay un episodio que lo demuestra con claridad, es el referéndum sobre la OTAN de 1986. Felipe González y su PSOE llegaron al poder en 1982 con un lema claro: “OTAN, de entrada no”. Un mensaje rotundo, sin matices, que recogía el sentir de buena parte de la sociedad española, recelosa de integrarse en una alianza militar liderada por EE.UU. Pero una vez en la Moncloa, el discurso cambió. Pasamos del “no” al “sí, pero con condiciones”.
El referéndum del 12 de marzo de 1986 no fue un simple proceso democrático. Fue una de las campañas más intensas y contradictorias que ha vivido este país. Un PSOE que había prometido consultar al pueblo sobre la permanencia en la Alianza Atlántica, pero que, llegado el momento, se vio forzado a defenderla. ¿Las razones? Presiones externas, intereses estratégicos y un miedo a quedar aislados en plena integración en la Comunidad Económica Europea (CEE).
El giro de 180 grados y el caos político
Lo curioso no es solo que el PSOE cambiara de opinión, sino que todos lo hicieron. La derecha, representada por Alianza Popular (AP), que hasta entonces había defendido a capa y espada la OTAN, se pasó a la abstención. Mientras tanto, la UGT, históricamente ligada al socialismo, pedía el “NO” hasta el último día. El Partido Comunista de España (PCE) fue de los pocos que mantuvieron una postura coherente en contra de la alianza.
La campaña fue tensa. Encuestas en los últimos días de campaña daban una clara victoria al “NO”. Sin embargo, el resultado final fue un 52,5% a favor del “SÍ” y un 39,8% en contra. ¿Milagro político? ¿Lavado de cerebro exprés? Lo cierto es que el Gobierno se volcó por completo para convencer a los ciudadanos. Felipe González comprometió su prestigio personal en la campaña y el mensaje fue claro: “Si queremos estar en Europa, tenemos que quedarnos en la OTAN”.
Un referéndum con más dudas que certezas
La pregunta del referéndum no fue una cuestión neutral y directa de “¿Quiere que España siga en la OTAN?”. No. Fue una pregunta medida al milímetro, condicionada a tres matices estratégicos:
- No integrarse en la estructura militar de la OTAN.
- Prohibición expresa de armas nucleares en suelo español.
- Reducción de la presencia militar estadounidense en el país.
¿Resultado? Una pregunta enrevesada que invitaba al votante a un “sí” matizado en lugar de un “no” rotundo.
Y luego está la abstención: más del 40% de los españoles no votaron. Un dato que refleja el desconcierto generalizado de una población que no sabía a quién creer ni qué intereses se estaban jugando en realidad.
¿Y qué pasó después?
Con el referéndum ganado, España permaneció en la OTAN, pero las condiciones pactadas quedaron en entredicho. Con el paso de los años, la integración militar fue una realidad y la presencia de bases estadounidenses continuó siendo clave en la estrategia de defensa de la Alianza.
Lo que aquel referéndum nos dejó fue un reflejo de cómo la política española se mueve al ritmo de los intereses internacionales. De cómo lo que se promete en campaña puede cambiar con la velocidad del viento. Y, sobre todo, de cómo los ciudadanos pueden ser arrastrados a debates diseñados para que las élites decidan por ellos.
Porque la historia de la OTAN en España no es solo una cuestión de defensa. Es la historia de un engaño político de manual.