Llegar y besar el santo
"Llegar y besar el santo": Cuando la suerte está de tu lado
¿Alguna vez has conseguido algo con una facilidad asombrosa? Sin obstáculos, sin esperas, sin complicaciones. En la vida real, rara vez ocurre, pero cuando pasa, solemos decir: “Llegar y besar el santo”.
Esta expresión tan popular tiene su origen en las peregrinaciones religiosas. En la antigüedad, los fieles viajaban largas distancias para visitar la imagen de un santo con la esperanza de recibir su bendición o pedir un favor. Una vez llegaban al destino, la tradición era besar la figura del santo en señal de devoción.
El problema era que no eran los únicos. La mayoría de las veces, se formaban largas colas de peregrinos que, pacientemente, esperaban su turno. Sin embargo, en ocasiones, por algún golpe de suerte o circunstancia especial, un devoto lograba acceder directamente y sin esperas. Y ahí surgió la expresión: quien llegaba y besaba al santo sin demora, era considerado afortunado.
Hoy en día, esta frase se ha desprendido de su significado religioso y se usa en un sinfín de situaciones. Desde quien consigue un trabajo en la primera entrevista hasta el que gana la lotería con su primer boleto. En todos estos casos, se dice que han llegado y besado el santo.
Pero seamos realistas: en la vida no siempre se tiene tanta suerte. La mayoría de las veces, hay que hacer cola, esperar y esforzarse. Así que si alguna vez te toca “llegar y besar el santo”, aprovéchalo. No ocurre todos los días.
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11 de marzo, víctimas del terrorismo: memoria incómoda y justicia a medias
Cada 11 de marzo, Europa recuerda a las víctimas del terrorismo. Se estableció como una fecha para homenajear a quienes han sufrido la barbarie de la violencia, pero ¿realmente se les recuerda como se debe? ¿O es solo un acto institucional vacío que se pierde en la burocracia?
El Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo nació tras el atentado del 11M en Madrid en 2004. Aquel día, el horror golpeó con fuerza: 193 muertos y más de 2.000 heridos. Fue un punto de inflexión en la historia reciente de España y un golpe que sacudió al mundo. La reacción de la Unión Europea fue inmediata, y apenas dos semanas después, el Parlamento Europeo aprobaba una jornada para recordar a las víctimas. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta conmemoración ha ido perdiendo peso en la agenda política y mediática.
La ONU, por su parte, decidió en 2017 marcar el 21 de agosto como su propio “Día Internacional de Conmemoración y Homenaje a las Víctimas del Terrorismo”. Es decir, Europa conmemora el 11 de marzo, pero a nivel mundial la fecha pasa a un segundo plano. ¿Por qué? Quizás porque los intereses políticos y diplomáticos pesan más que la memoria de las víctimas.
La otra cara del terrorismo: la impunidad y el olvido
Hablemos claro: el terrorismo es una lacra global. No solo en Madrid. Irak, Siria, Afganistán, Libia, Sudán del Sur… son solo algunos de los países más castigados. Miles de vidas segadas, economías devastadas, sociedades quebradas. En España, ETA dejó un reguero de dolor con más de 850 asesinatos a lo largo de décadas. Pero el terrorismo no solo mata: deja secuelas psicológicas, destruye familias y genera un miedo que puede durar generaciones.
El problema es que muchas veces el foco mediático y político se centra en lo que interesa en cada momento. Mientras algunos países han puesto en marcha estrategias para combatir el terrorismo, las víctimas suelen quedar en un segundo plano. Sí, hay homenajes, declaraciones, minutos de silencio… pero, ¿y después qué?
La ONU habla de estrategias para combatir el terrorismo, planes de apoyo, medidas de prevención. Pero en la práctica, las víctimas muchas veces se encuentran solas en su dolor. Los gobiernos las recuerdan cuando toca, pero pocas veces actúan con la contundencia que exigiría la justicia.
Memoria, justicia y verdad: lo que las víctimas reclaman
Recordar no es suficiente. Lo que piden las víctimas del terrorismo es justicia, reparación y reconocimiento real. No homenajes vacíos una vez al año, no discursos políticos que se desvanecen al día siguiente.
Y, sobre todo, lo que exigen es que no se reescriba la historia. Que no se olvide quiénes fueron los verdugos y quiénes las víctimas. Porque la memoria no puede ser selectiva. Porque no se puede mirar para otro lado cuando se trata de dignidad y derechos humanos.
Cada 11 de marzo es un recordatorio. Pero no solo de lo que pasó en 2004 en Madrid. También de lo que sigue pasando en muchas partes del mundo. Y de la necesidad de que la justicia no dependa de intereses políticos ni de cálculos electorales. Porque la memoria, cuando se usa bien, es un arma contra la impunidad.