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Llegar y besar el santo

"Llegar y besar el santo": Cuando la suerte está de tu lado

¿Alguna vez has conseguido algo con una facilidad asombrosa? Sin obstáculos, sin esperas, sin complicaciones. En la vida real, rara vez ocurre, pero cuando pasa, solemos decir: “Llegar y besar el santo”.

Esta expresión tan popular tiene su origen en las peregrinaciones religiosas. En la antigüedad, los fieles viajaban largas distancias para visitar la imagen de un santo con la esperanza de recibir su bendición o pedir un favor. Una vez llegaban al destino, la tradición era besar la figura del santo en señal de devoción.

El problema era que no eran los únicos. La mayoría de las veces, se formaban largas colas de peregrinos que, pacientemente, esperaban su turno. Sin embargo, en ocasiones, por algún golpe de suerte o circunstancia especial, un devoto lograba acceder directamente y sin esperas. Y ahí surgió la expresión: quien llegaba y besaba al santo sin demora, era considerado afortunado.

Hoy en día, esta frase se ha desprendido de su significado religioso y se usa en un sinfín de situaciones. Desde quien consigue un trabajo en la primera entrevista hasta el que gana la lotería con su primer boleto. En todos estos casos, se dice que han llegado y besado el santo.

Pero seamos realistas: en la vida no siempre se tiene tanta suerte. La mayoría de las veces, hay que hacer cola, esperar y esforzarse. Así que si alguna vez te toca “llegar y besar el santo”, aprovéchalo. No ocurre todos los días.

Cuervo ingenuo

OTAN: Cuando el “No” se convirtió en “Sí”

Si hay una palabra que define la política española, es la incoherencia. Y si hay un episodio que lo demuestra con claridad, es el referéndum sobre la OTAN de 1986. Felipe González y su PSOE llegaron al poder en 1982 con un lema claro: “OTAN, de entrada no”. Un mensaje rotundo, sin matices, que recogía el sentir de buena parte de la sociedad española, recelosa de integrarse en una alianza militar liderada por EE.UU. Pero una vez en la Moncloa, el discurso cambió. Pasamos del “no” al “sí, pero con condiciones”.


El referéndum del 12 de marzo de 1986 no fue un simple proceso democrático. Fue una de las campañas más intensas y contradictorias que ha vivido este país. Un PSOE que había prometido consultar al pueblo sobre la permanencia en la Alianza Atlántica, pero que, llegado el momento, se vio forzado a defenderla. ¿Las razones? Presiones externas, intereses estratégicos y un miedo a quedar aislados en plena integración en la Comunidad Económica Europea (CEE). 

El giro de 180 grados y el caos político

Lo curioso no es solo que el PSOE cambiara de opinión, sino que todos lo hicieron. La derecha, representada por Alianza Popular (AP), que hasta entonces había defendido a capa y espada la OTAN, se pasó a la abstención. Mientras tanto, la UGT, históricamente ligada al socialismo, pedía el “NO” hasta el último día. El Partido Comunista de España (PCE) fue de los pocos que mantuvieron una postura coherente en contra de la alianza.


La campaña fue tensa. Encuestas en los últimos días de campaña daban una clara victoria al “NO”. Sin embargo, el resultado final fue un 52,5% a favor del “SÍ” y un 39,8% en contra. ¿Milagro político? ¿Lavado de cerebro exprés? Lo cierto es que el Gobierno se volcó por completo para convencer a los ciudadanos. Felipe González comprometió su prestigio personal en la campaña y el mensaje fue claro: “Si queremos estar en Europa, tenemos que quedarnos en la OTAN”.

Un referéndum con más dudas que certezas

La pregunta del referéndum no fue una cuestión neutral y directa de “¿Quiere que España siga en la OTAN?”. No. Fue una pregunta medida al milímetro, condicionada a tres matices estratégicos:

  • No integrarse en la estructura militar de la OTAN.
  • Prohibición expresa de armas nucleares en suelo español.
  • Reducción de la presencia militar estadounidense en el país.
¿Resultado? Una pregunta enrevesada que invitaba al votante a un “sí” matizado en lugar de un “no” rotundo.

Y luego está la abstención: más del 40% de los españoles no votaron. Un dato que refleja el desconcierto generalizado de una población que no sabía a quién creer ni qué intereses se estaban jugando en realidad.

¿Y qué pasó después?

Con el referéndum ganado, España permaneció en la OTAN, pero las condiciones pactadas quedaron en entredicho. Con el paso de los años, la integración militar fue una realidad y la presencia de bases estadounidenses continuó siendo clave en la estrategia de defensa de la Alianza.

Lo que aquel referéndum nos dejó fue un reflejo de cómo la política española se mueve al ritmo de los intereses internacionales. De cómo lo que se promete en campaña puede cambiar con la velocidad del viento. Y, sobre todo, de cómo los ciudadanos pueden ser arrastrados a debates diseñados para que las élites decidan por ellos.

Porque la historia de la OTAN en España no es solo una cuestión de defensa. Es la historia de un engaño político de manual.

11 de marzo, víctimas del terrorismo: memoria incómoda y justicia a medias

Cada 11 de marzo, Europa recuerda a las víctimas del terrorismo. Se estableció como una fecha para homenajear a quienes han sufrido la barbarie de la violencia, pero ¿realmente se les recuerda como se debe? ¿O es solo un acto institucional vacío que se pierde en la burocracia?

El Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo nació tras el atentado del 11M en Madrid en 2004. Aquel día, el horror golpeó con fuerza: 193 muertos y más de 2.000 heridos. Fue un punto de inflexión en la historia reciente de España y un golpe que sacudió al mundo. La reacción de la Unión Europea fue inmediata, y apenas dos semanas después, el Parlamento Europeo aprobaba una jornada para recordar a las víctimas. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta conmemoración ha ido perdiendo peso en la agenda política y mediática.

La ONU, por su parte, decidió en 2017 marcar el 21 de agosto como su propio “Día Internacional de Conmemoración y Homenaje a las Víctimas del Terrorismo”. Es decir, Europa conmemora el 11 de marzo, pero a nivel mundial la fecha pasa a un segundo plano. ¿Por qué? Quizás porque los intereses políticos y diplomáticos pesan más que la memoria de las víctimas.

La otra cara del terrorismo: la impunidad y el olvido

Hablemos claro: el terrorismo es una lacra global. No solo en Madrid. Irak, Siria, Afganistán, Libia, Sudán del Sur… son solo algunos de los países más castigados. Miles de vidas segadas, economías devastadas, sociedades quebradas. En España, ETA dejó un reguero de dolor con más de 850 asesinatos a lo largo de décadas. Pero el terrorismo no solo mata: deja secuelas psicológicas, destruye familias y genera un miedo que puede durar generaciones.

El problema es que muchas veces el foco mediático y político se centra en lo que interesa en cada momento. Mientras algunos países han puesto en marcha estrategias para combatir el terrorismo, las víctimas suelen quedar en un segundo plano. Sí, hay homenajes, declaraciones, minutos de silencio… pero, ¿y después qué?

La ONU habla de estrategias para combatir el terrorismo, planes de apoyo, medidas de prevención. Pero en la práctica, las víctimas muchas veces se encuentran solas en su dolor. Los gobiernos las recuerdan cuando toca, pero pocas veces actúan con la contundencia que exigiría la justicia.

Memoria, justicia y verdad: lo que las víctimas reclaman

Recordar no es suficiente. Lo que piden las víctimas del terrorismo es justicia, reparación y reconocimiento real. No homenajes vacíos una vez al año, no discursos políticos que se desvanecen al día siguiente.

Y, sobre todo, lo que exigen es que no se reescriba la historia. Que no se olvide quiénes fueron los verdugos y quiénes las víctimas. Porque la memoria no puede ser selectiva. Porque no se puede mirar para otro lado cuando se trata de dignidad y derechos humanos.

Cada 11 de marzo es un recordatorio. Pero no solo de lo que pasó en 2004 en Madrid. También de lo que sigue pasando en muchas partes del mundo. Y de la necesidad de que la justicia no dependa de intereses políticos ni de cálculos electorales. Porque la memoria, cuando se usa bien, es un arma contra la impunidad.