Muere Amadeo I de Saboya, el rey desafortunado

El 30 de diciembre de 1870 desembarcó en el puerto de Cartagena Amadeo de Saboya, segundogénito del rey italiano Víctor Manuel II. Había sido llamado por las Cortes y por el general Prim para convertirse en el nuevo rey de España, vacante desde que en 1868 la Revolución Gloriosa derrocara a Isabel II de Borbón. Italia era un país recién nacido y a la casa Saboya le convenía tejer cuantas alianzas le fuese posible, una oportunidad que Víctor Manuel vio en el trono vacante de España. Sin embargo, ese trono era un regalo envenenado que no resultaba muy apetecible por la etapa convulsa que atravesaba el país y porque debía ajustarse a dos requisitos –la monarquía constitucional y una moderada laicidad– que muchos candidatos no habrían querido aceptar, pero que la casa Saboya ya había puesto en práctica desde los tiempos del rey Carlos Alberto, abuelo de Amadeo.

El príncipe italiano también había recibido una excelente formación militar y había demostrado su valor en el ejército, algo que en principio habría debido ayudarle a entenderse con los militares que gozaban de gran poder en el gobierno de España.

UN REINADO CONFLICTIVO

Las dificultades de Amadeo I empezaron nada más desembarcar, pues su principal valedor, el general Prim, había sido asesinado tres días antes. Los monárquicos conservadores no querían una monarquía liberal, los republicanos no querían monarquía en absoluto y los borbónicos aspiraban a restaurar la dinastía precedente. El hecho de ser hijo de Víctor Manuel II no hacía sino empeorar su posición a ojos de sus enemigos. Antonio de Orleans tenía motivos muy personales para detestarle, por sus propias aspiraciones al trono español y porque que su madre pertenecía a la rama de los Borbones que habían gobernado el Reino de las Dos Sicilias, hasta que el padre de Amadeo lo había anexionado en su conquista de la unidad italiana.

Por otra parte, la Iglesia Católica había excomulgado a Víctor Manuel después de que este se hubiera apoderado de Roma y el Vaticano por la fuerza.

LOS ODIOS CORREN COMO LA PÓLVORA

En junio de 1872 la situación de Amadeo I se había vuelto casi insostenible y solo contaba con el apoyo del Partido Radical dirigido por Ruiz Zorrilla, que había presionado al rey para que convocase nuevas elecciones después del fracaso de los conservadores en formar gobierno. Esa acción fue entendida por el resto de fuerzas políticas como un acto de prevaricación por parte del monarca, que no debía actuar a favor de los intereses de ningún partido. Nunca se encontró al responsable del ataque, aunque por la similitud con el atentado a Prim se rumoreaba que había sido instigado por Antonio de Orleans o incluso por el general Serrano. En enero de 1873 el rey perdió el último apoyo que le quedaba, el del Partido Radical, a causa de un enfrentamiento por la reforma del ejército.

En una carta dirigida a su padre Víctor Manuel, le comunicó que se planteaba abdicar porque sospechaba que su ministro Ruiz Zorrilla, «en vez de trabajar en la consolidación de la dinastía, trabajaba de acuerdo con los republicanos para su caída». Una delegación de oficiales del ejército le ofreció su apoyo en caso de que quisiera disolver las Cortes, pero esta opción implicaba suspender las garantías constitucionales y el rey se negó. Sin embargo, las Cortes fueron puestas al corriente de este episodio y acordaron finalmente prescindir del monarca saboyano.

LA DESPEDIDA DEL «REY CABALLERO»

El 11 de febrero, Amadeo se encontraba en el Café de Fornos de Madrid esperando su almuerzo, cuando le llegó un mensaje en el que se le pedía, sin más preámbulos, abandonar el país. El rey anuló su pedido, no sin antes pedir una copa de grapa, y se dirigió con su familia a la embajada italiana, donde redactó su carta de renuncia. « Estad seguros de que al desprenderme de la Corona no me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarle todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía». A pesar de todos los desaires que le habían hecho unos y otros, esta renuncia despertó cierto temor por el vacío de poder inmediato que provocaba y las Cortes le dirigieron una carta cuyo lenguaje respetuoso contrastaba con el desdén que le habían mostrado.

El propio Ruiz Zorrilla intentó convencer en vano al rey saliente para que aplazara su decisión y lo acompañó hasta Lisboa, desde donde tenía previsto partir en barco hacia Italia. No tuvo éxito y el Saboya regresó a su país natal, donde le esperaba el título de Duque de Aosta que, aunque menor en comparación con el de rey, le procuraría una vida más tranquila.