El misterio de la Losa Mora

El Dolmen de la Losa Mora está situado en un hermoso paraje del entorno del “Vallón de los Moros” en los aledaños del barranco de Mascún, entre las localidades de Nasarre y Otín, en plena Sierra de Guara. La denominación del dolmen junto con el topónimo de su entorno ya nos alerta del halo de misterio que rodea a ambos.

Corresponde a una estructura de tipología sencilla que es la más habitual en nuestro Pirineo. Está erigido con tres grandes losas verticales laterales que configuran una cámara rectangular, abierta por una cara a modo de entrada, y cubierto con una gran losa horizontal. Otra más pequeña cierra parcialmente la entrada. En origen, un túmulo de piedras y tierra cubriría todo el monumento, excepto una pequeña abertura “la ventana dolménica” que facilitaría su acceso para practicar los sucesivos enterramientos. De este túmulo, que debió medir en torno a 12 metros de diámetro, se conservan los restos a sus pies.

Se entiende que su presencia provocara a lo largo de los siglos extrañeza y admiración, tejiéndose en torno a él varias leyendas y hechos fantásticos que la tradición oral nos ha legado como un tesoro hasta nuestros días. Seguro que a luz del fuego del hogar fueron objeto de transmisión entre muchas familias de estos valles.


Cuenta la leyenda, a él asociada, que un rey moro quedó prendado de la belleza de una joven cristiana habitante de esos contornos. Ella le correspondía pero no así sus familiares que veían imposible el amor entre dos personas que rezaban a dioses diferentes. Una mañana, pensaron en huir a otro lugar donde poder vivir su amor sin que nadie los conociera ni los juzgara. Muy temprano, quedaron en el fondo del barranco de Mascún, con la esperanza de que nadie viera su escapada. Sin embargo no fue así. Caballeros cristianos vieron a la feliz pareja enfilar el camino del norte e iniciaron una implacable persecución. Los caballos de guerra, mucho más rápidos, poco tardaron en alcanzar a la pareja mientras que sus jinetes disparaban una lluvia flechas. En un quiebro del camino, los enamorados pusieron pié a tierra y se escondieron entre grandes arbustos. Los caballeros pasaron veloces y el ruido de los cascos de sus monturas se perdió en la lejanía. El rey moro, feliz porque creía que había logrado despistarlos, volvió la cabeza a su amada en el momento en que ésta, mirándolo con ojos lánguidos, exhaló su último aliento. Una de las flechas había alcanzado a la joven en el corazón. Loco de dolor, dejó a su amada en el suelo, justo en el lugar donde había fallecido y amontonó grandes piedras para que las alimañas no profanaran su cadáver. Cuando los caballeros cristianos volvían con las manos vacías, él salió a su encuentro y se dejó matar para permanecer por siempre al lado de su amada. Los cristianos, al ver tamaña prueba de amor, lo sepultaron en la misma tumba que había construido y que, desde entonces, se llama Losa Mora.

Otra leyenda, sin embargo, asegura que el dolmen fue construido por una hilandera gigante que caminaba hilando por el camino que va de Rodellar a Otín. Llevaba en la cabeza una gran piedra en equilibrio mientras andaba. Cuando terminó su labor y se sentó, lo hizo en medio de dos grandes piedras que surgían verticales del suelo. Allí quedó depositada la piedra que llevaba sobre su cabeza y allí continúa, formando el dolmen.

También se contaba la historia de un tendero de Rodellar que, cada vez que pasaba junto al megalito, aparecía misteriosamente una figura, mujer unas veces, hombre otras, que se montaba en el burro que llevaba y lo molían a palos.

Y hay otros relatos más que detallan fenómenos extraños, voces, apariciones de seres fantásticos, un compendio de enigmas que nos asoman a un universo mágico. Toda una forma de explicar por qué estas imponentes obras aparecen en plena naturaleza, manteniendo, seguramente, el deseo de sus constructores de sobrevivir en el tiempo.